Quicksand in Gor
Posted: Wed Dec 27, 2017 5:42 am
this Christmas I have been given several books of the chronicles of gor, in the first book I found a small fragment of quicksand, so I searched the internet for a pdf to indicate it and here it is in spanish a fragment:
dejé de ver a mi grotesca amiga.
—Vamos —le dije a la muchacha— y enfilé hacia los campos de Sa-Tarna. La hija del
Ubar me seguía a algunos metros de distancia.
Nos habíamos abierto canino a través del pantano a lo largo de unos veinte metros,
cuando de repente la muchacha lanzó un grito. Me di la vuelta. Se había hundido hasta
las caderas en el agua salobre ¡en un pozo de arena movediza! Gritaba histéricamente.
Traté de acercarme cuidadosamente, mas el suelo comenzaba a ceder bajo mis pies.
Intenté alcanzarla con el cinto de la espada, pero era demasiado corto. El aguijón de tarn,
que se encontraba en el cinto, cayó al agua y desapareció.
La muchacha se hundía cada vez más profundamente en el agua, y pronto sólo se le
vieron la cabeza y los hombros. Gritaba desaforadamente; frente a esa muerte terrible
había perdido todo control sobre sí misma. —¡No te muevas! —le grité. Pero ella se
contraía histéricamente, como un animal enloquecido. —¡El velo! —exclamé—. ¡Suéltalo!
¡Tíramelo! Sus dedos trataron de tirar del velo, pero en su estado de pánico no logró
quitárselo a tiempo. El barro llegó a cubrir sus ojos desencajados y su cabeza
desapareció en el agua verdosa, mientras sus manos se agitaban con desesperación en
el aire.
Apresuradamente miré a mi alrededor y distinguí un tronco medio sumergido. Sin
preocuparme por los eventuales peligros, corrí hacia él y tiré con todas mis fuerzas.
Probablemente fueron sólo unos segundos, pero a mí me pareció que pasaron horas
hasta que el tronco cedió y pude sacarlo del barro. Lo empujé rápidamente hasta el lugar
en que había desaparecido la hija del Ubar. Me aferré al tronco; bogué por el agua poco
profunda por encima de las arenas movedizas, palpando con mi mano una y otra vez el
líquido verdoso.
Por fin mis dedos tocaron algo —la muñeca de la joven— y lentamente fui sacándola
de la arena. Sentí una profunda alegría cuando escuché sus quejidos, cuando sus
pulmones aspiraron el aire húmedo, vivificante. Aparté el tronco, levanté a la muchacha y
la llevé hasta una lengua de tierra firme cubierta de pasto, al borde del pantano.
La coloqué sobre la hierba. A unos cien metros comenzaba un campo amarillo de SaTarna
y un monte colorido de árboles de Ka-la-na. Agotado, me senté junto a la joven y
sonreí para mis adentros. La orgullosa hija del Ubar con sus vestimentas de fiesta
apestaba a pantano y sudor.
dejé de ver a mi grotesca amiga.
—Vamos —le dije a la muchacha— y enfilé hacia los campos de Sa-Tarna. La hija del
Ubar me seguía a algunos metros de distancia.
Nos habíamos abierto canino a través del pantano a lo largo de unos veinte metros,
cuando de repente la muchacha lanzó un grito. Me di la vuelta. Se había hundido hasta
las caderas en el agua salobre ¡en un pozo de arena movediza! Gritaba histéricamente.
Traté de acercarme cuidadosamente, mas el suelo comenzaba a ceder bajo mis pies.
Intenté alcanzarla con el cinto de la espada, pero era demasiado corto. El aguijón de tarn,
que se encontraba en el cinto, cayó al agua y desapareció.
La muchacha se hundía cada vez más profundamente en el agua, y pronto sólo se le
vieron la cabeza y los hombros. Gritaba desaforadamente; frente a esa muerte terrible
había perdido todo control sobre sí misma. —¡No te muevas! —le grité. Pero ella se
contraía histéricamente, como un animal enloquecido. —¡El velo! —exclamé—. ¡Suéltalo!
¡Tíramelo! Sus dedos trataron de tirar del velo, pero en su estado de pánico no logró
quitárselo a tiempo. El barro llegó a cubrir sus ojos desencajados y su cabeza
desapareció en el agua verdosa, mientras sus manos se agitaban con desesperación en
el aire.
Apresuradamente miré a mi alrededor y distinguí un tronco medio sumergido. Sin
preocuparme por los eventuales peligros, corrí hacia él y tiré con todas mis fuerzas.
Probablemente fueron sólo unos segundos, pero a mí me pareció que pasaron horas
hasta que el tronco cedió y pude sacarlo del barro. Lo empujé rápidamente hasta el lugar
en que había desaparecido la hija del Ubar. Me aferré al tronco; bogué por el agua poco
profunda por encima de las arenas movedizas, palpando con mi mano una y otra vez el
líquido verdoso.
Por fin mis dedos tocaron algo —la muñeca de la joven— y lentamente fui sacándola
de la arena. Sentí una profunda alegría cuando escuché sus quejidos, cuando sus
pulmones aspiraron el aire húmedo, vivificante. Aparté el tronco, levanté a la muchacha y
la llevé hasta una lengua de tierra firme cubierta de pasto, al borde del pantano.
La coloqué sobre la hierba. A unos cien metros comenzaba un campo amarillo de SaTarna
y un monte colorido de árboles de Ka-la-na. Agotado, me senté junto a la joven y
sonreí para mis adentros. La orgullosa hija del Ubar con sus vestimentas de fiesta
apestaba a pantano y sudor.